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miércoles, 27 de julio de 2011

Los Casos de Woodchat Shrike: Una Casita de Campo cerca de Stevenage (11).

"Usted no ha trabajado, por lo tanto no se le paga. En cualquier caso, y una vez más, gracias". Ese era el único contenido de la carta. Un modo elegante y sencillo de recordarme lo que ya de sobra sabía: todo aquello no había ocurrido. La carta no llevaba firma, pero sí un membrete que -usted sabrá disculparme- me reservo. Fiel al espíritu del día, le pegué fuego y dejé que se consumiera en un cenicero de la cafetería donde hacia tiempo hasta que mi tren partiera hacia Londres.

Me propuse continuar con mi noche de sueño por etapas en el trayecto de vuelta, aprovechando la inusual comodidad de un vagón de primera, pero no pude.

Uno jamás olvida la mirada que le clava la persona a la que está a punto de matar. Llevó los ojos de todas mis víctimas, las de las guerra y las de la horca, como una jauría de fantasmas que me persigue, que se me aparecen en sueños e incluso, a veces, simplemente cuando cierro los ojos. Aprendes a vivir con ello. O a sobrevivir. No hay alternativa.

Y esa mirada, ésa era especial entre las especiales, y no era la primera vez que la veía.

De vuelta, por fin, a ese sótano-taller al que llamo casa, coincidí con mi casero que jamas cobrará porque me debe la vida (lo dice él). Como buen hombre de pasado militar, se limitó a saludarme sin hacer preguntas. Yo, en cambió, tenía una petición un tanto urgente.

-¿Le puedo echar un vistazo a tú colección de libros sobre la Guerra?

-¿Alguno en particular?

-No, creo que cualquiera me valdrá. De hecho, cuanto menos especializado, mejor....

Encontré una buena foto del rostro que buscaba. Bajo un pelo que ya no estaba, sobre un bigote sin duda hacía años afeitado, la mirada, esa misma mirada.

Pero dejémoslo aquí, será lo mejor.

La siguiente pista es Sarah Kecks".

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