-¡Menuda han armado ustedes!
"El Lussa" sonrió, al tiempo que leía los titulares de la prensa matutina que le mostraba el fraile. "¡Secuestrados!", "Un Loco Peligroso Anda Suelto", "Burla a la Afición"
-¿Sabe que incluso una cadena de radio ofrece dinero por una pista fiable sobre el paradero de ustedes?
-Pues llame en cuanto salgamos, y la pasta para sus obras benéficas.
-¿Está seguro?
-Sí, ya logré lo que me proponía.
Los jugadores pasaron la mañana paseando y charlando, jugando con a las cartas con esa baraja que siempre aparece en algún cajón e incluso algunos se animaron a tirar algunos tiros a una oxidada canasta con una pelota de plástico que encontraron.
A medio día, les volvieron a dejar llamar a casa.
A las cuatro de la tarde, tras comer y descansar un rato, volvieron al autocar.
-Adiós y gracias, hermano.
-¿Está seguro que no le importa que llame a la radio?
-No, tómelo como un acto de caridad: saque al país de su agonía.
Al poco de montar en el autobús, alguien chilló desde atrás:
-Míster, ¿lleva las fichas?
"El Lussa" sacó una carpetita de su mochila y la mostró sonriente entre los aplausos generales.
-¡Mire a ver si están todas!
A así, entre carcajadas, "El Lussa" fue revisando en voz alta, una a una, todas las fichas.
Entonces un sonido raro inundó el vehículo.
-¿Qué es eso?
-¡Parece un helicóptero!
-¡Joder, es que es un helicóptero, mirad!
En efecto, contratado por una televisión. Sin duda, los frailes ya habían hecho la llamada telefónica. Poco después, empezaron a verse rodeados de todo tipo de vehículos de radios, televisiones, particulares, con el consiguiente caos circulatorio y la absoluta desesperación de las autoridades, a las que todo aquello había pillado en claro fuera de juego. En recorrer los últimos diez kilómetros hasta el estadio, tardaron casi una hora.
Al llegar, los jugadores bajaron y se encaminaron a los vestuarios, cada uno con su bolsa deportiva al hombro y entre la locura colectiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario