En el país, en el continente, en el mundo entero había saltado la alarma, ¿dónde estaban sus ídolos? El público estaba acostumbrado a las rarezas de la "El Lussa", pero aquello era demasiado.
Y mientras se iniciaba en toda la nación la caza humana del autocar, dicho vehículo aparcaba plácidamente en un punto alejado de la carretera de una residencia de esas donde hay ejercicios espirituales en invierno y campamentos para niños en verano. Estaba en un pueblo perdido a 50 kilómetros de la ciudad del partido y se había alquilado de modo discreto, oficialmente para una convivencia de empresa. Los tres frailes encargados de la finca estaban en el ajo, así que no había peligro de chivatazos. Nadie los encontraría allí.
Nada más llegar, a los jugadores les enseñaron los cuartos de cinco literas donde pasarían la noche, se asearon un poco y tuvieron la oportunidad de hacer una llamada telefónica a casa desde la cabina. Nada de dar datos, sólo tranquilizar a las familias.
Luego, un paseo por la finca.
El día antes de un partido y ahí estaba, paseando por un senderito de tierra, dando patadas a las piedras. Sin ruedas de prensa con sus mismas preguntas de siempre, sin los gritos y los flashes de fans histéricas, sin miles de personas dándote consejos...¿Cuándo había sido la última vez? Seguramente en la época de juveniles, hacía toda una década. Cuando los periodistas tenían que consultar sus notas para recordar que el portero era un tal Manolín Ponce.
Como si tuviera un sexto sentido que seguramente tenía, el míster se unió a su guardameta titular.
-¡Qué bien sin los muchachos de la prensa!, ¿verdad, Manolín?
-Sí -mejor hacer como si no pasara nada, como si todo aquello fuera normal.
-Mira, te he comprado una cosa.
-¿Una cosa?
-Sí un regalo, toma.
-¿Unos guantes?
-Exacto. Mira la bolsa.
"Deportes Olímpico", Manolín hacía quince años que no oía ese nombre. Era la tienda de deportes del barrio, la que custodiaba en su escaparate el mayor de los tesoros para aquel chaval: unos guantes de portero, unos auténticos guantes de portero. Él iba a admirarlos todas las tardes a la salida del cole, hasta que por fin su padre se los compró, para el día que debutó con el infantil de la "Asociación Deportiva Colonia Cerro Vergara".
-Me han dicho que el día que los estrenaste no hubo manera de hacerte gol.
Era cierto, el día de su debut con un equipo de veras había pasado muchísimos nervios, pero se las había apañado para mantener la portería a cero. Mientras volvía a casa, le había dicho a su padre que ese iba a ser el día más feliz de toda su vida. Inocencia infantil.
-Sí, aquel partido la cosa se me dio muy bien.
-Pues nada, macho, mañana igual.
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