-¿Qué tal he estado, Alvarito?
-Genial, como para que te den el Premio Nobel de Ser Intelectual.
-¿Tú crees?
-¡Claro que sí, macho!
Llegó el momento cumbre de la velada, el que todo el mundo estaba esperando (cena fría aparte, por supuesto). Jorge Poncedaina tomó el Don Álvaro y la palabra entre atronadores aplausos. Los más fuertes, los de la plana mayor del Patronato, con el alivio que da conocer por anticipado el discurso de agradecimiento.
-Señoras, señores, yo tenía preparadas una palabras, pero he cambiado de opinión y he decidido que me apetece más improvisar.
(-La jodimos, don Álvaro)
(-Ciertamente la jodimos, Espinosa).
-"¿Cuánto vale esto?", creo que esta fue una de las primeras frases que aprendí a pronunciar de pequeño. Sí, bien prontito asimilé que las cosas tenían un valor monetario, y que sólo hacía falta satisfacerlo para apoderarme de ellas. Así funcionaban las cosas: el dinero en efectivo era lo más efectivo del mundo. Y esa fue la luz que guió todo mi crecimiento, mi maduración, mi vida adulta: enterarme de cuánto me costaba todo aquello que deseaba, y conseguir el dinero para pagarlo. De este modo, tuve una casa cada vez más grande, un coche cada vez más rápido...De este modo deslumbré a una mujer para que se casara conmigo a cambio de lujos y estatus social, de este modo compré con multitud de regalos el cariño de mis hijos...Hasta que un día, me percaté de que, de tanta obsesión por el precio de las cosas, el que había acabado teniendo precio era yo mismo. Y que, a medida que los objetos que yo compraba eran más caros, yo me vendía por un precio cada vez menor. Tan barato me había vuelto, que iba a dejar a un montón de familias en la calle a cambio de dinero. No podía ser, hasta allí habíamos llegado. ¡No se puede ser tan mierda! Sinceramente, no sé si merezco este premio o no, y tampoco me importa. Me importa tan poquito como lo que ustedes piensen de mí o de lo que estoy diciendo, porque eso no dejan de ser opiniones, y como tales me las tomo. No lo olviden, cuando las opiniones particulares se presentan y se toman como verdades universales, la Libertad está en muy serio peligro...Pero estoy divagando, y apuesto a que ustedes están muertos de hambre...En fin, es mejor dejarlo aquí.
La sala se quedó en silencio unos segundos, hasta que los miembros del Patronato iniciaron una ovación que nació torpe, creció perpleja y murió sorprendida. Pero eso, obviamente, le importó poco a Jorge Poncedaina, que no estuvo para hacerse la foto con el resto de galardonados ni tampoco se quedó a la cena fría.
Los que sí lo hicieron fueron Don Azarías Romera (flamante "Don Álvaro de Oro al Intelectual con Corazón del Año) y señora. De hecho, fueron de los últimos en marcharse.
-¡Qué majo "Cabrinha"! Mira, me ha firmado las equipaciones que compré.
-Sí, un encanto, querido.
-Anda, tira los plásticos en que venían en ese contenedor.
-Claro...¡Leñe, mira lo que hay aquí!
-¿Dónde?
-¡En el contenedor! ¡Una estatuilla como la tuya!
-¿Un don Álvaro de Oro?
-¡Sí, mira!
-¡Joder, es verdad!
-¿Qué hacemos?
-¡Coño, pues llevárnoslo, no te jode!
-Me preguntó quién lo habrá tirado...
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