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sábado, 4 de junio de 2011

"El Pepsi-Cola" (y 12).

¡Cómo se tiró! ¡Cómo mató! ¡Qué orejas más merecidas!

La tarde ya había tenido su ración de gloria y su ración de tragedia. El público ya estaba satisfecho, ya pocas ganas le quedaban de chillar o aplaudir.

"El Pepsi-Cola" lo sabía, igual que sabía que no iba a haber más oportunidades en Madrid, y un torero sin Madrid no es más que un loco que se juega la vida a cambio de nada por las plazas portátiles de provincias.

Y en eso salió el último de la tarde, "Pinturero" de nombre. Normalito tirando a simplón.

"El Pepsi-Cola" saltó al albero sabiendo que, casi con toda seguridad, era la última pelea de una malograda carrera de matador de toros que ni tan siquiera había comenzado de verdad.

Y por eso, por saber que era el último trago de aquel veneno tan dulce, decidió tomárselo poqutio a poco. Con la tranquilidad y la alegría del que ya se ha rendido, se gustó con el capote, e incluso consiguió arrancarle al público algún que otro "ole" que les quedaba despistado en el fondo de la garganta. En el caballo, bastante hizo el pobre chino con aquel animal sin fuerza, las banderillas fueron de ración y, llegada la hora de la verdad, "el Pepsi-Cola" le sacó hasta la última gota de jugo a aquella piedra con cuernos. Mató a la segunda con aseo y dignidad, y, cuando dobló el simplón "Pinturero", respondió a los débiles aplausos con un saludo que era una despedida.

Y así terminó la tarde, con un héroe que se iba con toda la gloria, con un herido que se iba con toda la pena, y con el otro, que ni una cosa ni la otra. Anónimos y en silencio, "el Pepsi-Cola" y su cuadrilla abandonaron la plaza.

-¡Bueno, señores, hasta siempre, ha sido un placer!

"El Pepsi-Cola" estrechó, una por una, las manos de su cuadrilla, con el correspondiente abrazo. No hicieron falta más explicaciones.

Al poco de iniciar el viaje en coche, Miguel rompió al silencio.

-¿Has llamado a mamá?

-Sí, ya le he dicho que ya estamos en camino de vuelta a casa.

-Vale.

-Mañana mismo tenemos que devolver el traje. Hay que decirle al tío ese que ya no me va a hacer falta más veces.

-He hecho vídeo mientras toreabas. Por tener un recuerdo.

Miguel se pasó todo el camino de vuelta viendo el aquella minúscula pantalla la serie de capotazos. No paró hasta que la batería decidió que ya no más.

-¡Joé, qué bonito es que Madrid le diga a uno "ole"!

Su padre, José, se limitó a sonreír. Tenía razones para ser feliz.

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