-¿Con Rojas Quirós?
-Con ése mismo.
-¡Joder, papá!
En efecto, "El Pepsi-Cola", el humilde "Pepsi-Cola", iba a alternar en Madrid con Lorenzo Rojás Quirós, el gran heredero de la tan prestigiosa estirpe torera. Nadie había manejado el estoque como Lorenzo Rojas Torrijos lo hizo en los sesenta, nadie había templado con el arte que Lorenzo Rojas Jiménez lo hizo en los ochenta. Y ahora llegaba el nieto, el tercero de la saga.
Lorencito había nacido y crecido entre reses bravas, siempre a caballo -nunca mejor dicho- de las fincas de su abuelo y de su padre. Había querido ser torero desde pequeño, había matado tantos novillos que ya había perdido la cuenta.
Seguramente, había matado más en un mes que "El Pepsi-Cola" en toda su carrera. Todos, claro, en sus fincas o en plazas bien escogiditas, casi tanto como los propios novillos.
La crítica, con Pepe Molecha "El Tostadita" a la cabeza, lo adoraba. El propio Molecha había dicho de él, textualmente: "Lorencito Rojas Torrijos es como un río, un río de aguas bravías y frescas, donde han ido a desembocar lo mejor del toreo de su padre y de su abuelo, como dos manantiales de arte y pureza de los que brota altiva la esencia misma del toreo clásico". Molecha, ya se ve, es, además de un pelota, muy cursi.
Precisamente aquella misma tarde se reunieron Molecha y Rojas Jiménez.
-¿Y ese "Pepsi-Cola"?
-Nah, un pobrecillo, no vale pa'ná, maestro.
-Entonces, le habréis sacado el empresario y tú unos bueno duros al padre.
-Hombre, las oportunidades no son gratis, maestro.
-Ya...¡Qué mundo este del toro, Molecha!
-¡No me diga eso, maestro!
-Bueno, me da igual. Tú ya sabes, a mi niño, con cariñito, Molecha.
-¡Desde luego, maestro!
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