El mismo ritual de siempre ante de una corrida, el mismo calvario por no perder la costumbre.
-¿Por qué no lo dejas, hijo?
-¿Ahora, después de todo lo que he pasado, después de todo lo que te has gastado? ¿Tirar todo eso por la borda?
-¡Tú en el dinero no pienses!
-¿Has hablado con mamá?
-Sí.
-¿Le has dicho que esté tranquila?
-Sí.
-Broooooaahhh.
-¡Hijo, hijo, no me gusta verte así, vomitando de miedo!
-¡Tengo que seguir, tengo que intentarlo, yo tengo que torear en Madrid!
-¡Hijo, hijo!
-¡Vamos, que el toro no espera! Por cierto, a verr si me acuerdo de hablarle más despacio al jodido chino, que en la última no me entendió las órdenes y casi atraviesa al novillo.
Torear en Madrid, ése era el sueño de su hijo, y no hay nada que unos padres no hagan por eso. Sólo parecía haber un camino y venderían hasta la casa si fuera preciso para recorrerlo.
-Amalio, habla con Molecha y pregúntale por cuánto nos saldría buscarle una tarde a mi hijo en Madrid.
-Yo te lo digo, José, por un ojo de la cara.
-Bueno, es igual, tengo dos.
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