Durante los siguientes días, Fabían siempre escontraba un segundo para acercarse a aquellos chicos. Los saludada y les hacía alguna pregunta sobre cualquier asunto trivial, o simplemente se interesaba sobre cómo les estaba yendo la jornada.
No pasó mucho tiempo antes de que aquellos niños le empezaran a contar cosas a Fabián. Es un ley física, simple y humana: todos necesitamso compartir nuestros problemas, y, a falta de colegas, buenos son adultos receptivos. Al principio, esperaban ansiosos a que él viniera, pero, poco a poco, fueron cogiendo la suficiente confianza como para acercarse ellos mismos.
El ritual siempre era el mismo: de la generalidad al grano, sin prisa pero sin pausa.
-Hola, Fabián.
-¡Hombre, mi amigo! ¿Cómo vas?
-Bien.
-Bien bien o bien bueno.
-Bueno, bien bueno, en realidad.
-¿Y eso?
-Cosas.
-¿Que clase de cosas?
-Pues, cosas mías.
-De casa o del cole.
-Un poco de todo.
-Pues vamos por orden, empieza por el cole.
-Bueno, nada importante en realidad.
-¿Seguro?
-Bueno, un poco.
-Explicate.
-Es....¿tú qué piensas de los chivatos?
Y así, dando mil rodeos, Fabián fue llegando al corazón de aquellos cuatro niños.
Era el momento de que la pandilla, ya formada por separado, se convirtiera en grupo.
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