A primera vista. Fabián Duque no era ningún niño.
Ya peinaba muchas canas, fruto sin duda de tanto ir de acá para allá, y de allá a puede que a ninguna parte.
De profesión, Fabián Duque era todo y nada, y calidad de no se sabe de cuál de las dos cosas lo contrataron en aquel colegio para hacer de todo un poco.
Incluido cuidar el patio durante los recreos del mediodía de los alumnos mediopensionistas. Ya sabe, pasear de arriba y abajo por el patio, devolver de una torpe patada una pelota que llega a tus dominios o mediar en alguna pelea a muerte sin importancia.
Fabián se tomaba su trabajo muy en serio, tanto que empezó a preocuparse porque cuatro niños parecían no tener amigos, y se dedicaban a hacer lo mismo que él: dar vueltas por las esquinas, dedicar todo su interés a una hoja seca caída de un árbol y mirar de reojo a sus compañeros jugando al fútbol.
-Hola, ¿no juegas al fútbol con tus amigos?
-No, es que...Estoy lesionado.
-Ya, claro...¿Cómo te llamas?
-Miguel.
-Encantado, Miguel. Yo soy Fabián.
Se estrecharon las manos y cada uno por su lado.
-Hola, ¿cómo es que no estás cambiando cromos con los demás?
-Es que...Me los he dejado en casa.
-¡Por supuesto!...¿Cómo te llamas?
-Jose.
-Encantado, Jose. Yo soy Fabián.
Se estrecharon las manos y cada uno por su lado.
-Hola, ¿cómo es que no estás jugando a la comba?
-Es que...Me duele este pie..
-Sí, parece un poco hinchado...¿Cómo te llamas?
-Bego.
-¿Qué tal, Bego? Yo soy Fabián.
Se estrecharon las manos y cada uno por su lado.
-Hola, ¿cómo es que no estás repasando el control como todos?
-Es que...Yo ya me lo sé muy bien.
-¡Sin duda!...¿Cómo te llamas?
-Domingo.
-Tanto gusto, Domingo. Yo soy Fabián.
Se estrecharon las manos y cada uno por su lado.
Fabián sonrió feliz. Ya se estaba formando una pandilla. Ellos no lo sabían, claro, pero la pandilla estaba en marcha.
Cuando se le conocía un poco, uno se percataba rápidamente de que Fabián Duque era un niño.
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