El perro callejero, que además de meón estaba rebelde del vientre, se hizo caca sobre los cadáveres de don Pepito y don José.
Don Pepito y don José forcejearon con la navaja y acabaron los dos acuchillados y muertos en el suelo.
Don Pepito, tras recuperarse del sorpresivo golpe a la mandíbula, sacó una navaja y amenazó con ella a don José.
Don José, juzgando que ya había recibido suficiente provocación, le soltó un puñetazo a don Pepito.
Don Pepito repitió: "¡Eres un gilipollas una y mil veces!"
Don José retó a don Pepito a que repitiera eso.
Don Pepito le dijo a don José que ahí el único gilipollas era él.
Don José mandó callar a don Pepito, diciéndole que dejara de decir gilipolleces.
Don Pepito creyó que la respuesta de don José no hacía sino confirmar su plan para humillarse con cómplice canino incluido.
Don José negó airado la acusación y le reprochó que le echara a él la culpa de su propia torpeza.
Don Pepito se extrañó de que don José defendiera tanto al perro, y comenzó a sospechar que le había hecho pis encima porque Don José le había entrenado para hacerlo.
Don José, indignado con la actitud de don Pepito, le reprochó su comportamiento con el pobre animal, que, al fin y al cabo, no lo había hecho a mala idea, sino siguiendo su instinto.
Preso de la furia, don Pepito se enfadó mucho con el dichoso perrito callejero y lo espantó a gritos.
Un perro callejero, sin nada mejor que hacer se hizo pis en la pierna de don Pepito a traición. Don José vio al perro levantar la pata, pero se pensó que don Pepito se había dado cuenta de la situación, así que no le avisó del peligro inminente.
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