Los que hay que se sacan el diploma por fuera de combate, y los hay que se lo ganan a los puntos.
Me refiero pues a ese estudiante que, arrastrado por el irrefrenable impulso de la cabezonería y el espíritu deportivo de "lo importante es participar", se presenta una vez tras otra a un examen. Vamos, que de tanto ir, es tan conocido que sobran las presentaciones.
Deslumbrados por el fulgor de los "cumlaudedos matriculados de honor", pocos se fijan en estos oscuros héroes del aprobado por los pelos a la enésima convocatoria. No se dan cuenta de que, con toda probabilidad, los primeros no tendran la capacidad de hacer frente al fracaso y la frustración (no tienen costumbre), mientra que los segundos asumirán el tortazo con la naturalidad que da la veteranía, se levantarán y seguirán intentándolo.
Moraleja, amigo empresario contratador, si alguien tardó ocho años en sacar una carrera de cinco y presenta esta última cifra como calificación, puede que tengas ante ti el currículum de un indomable vago redomado que hacía lo justo y tarde.
O puede que el candidato sea un gladiador de la vida, que continuó cuando otros muchos lo habrían dejado, que jamás se rindió y logró alcanzar una meta improbable.
O sea, que puede que vayas a contratar a un pinta que estará todo el día de baja o en el bar de abajo (no interesa), o a alguien que peleará por tu empresa con uñas y e-mailes, como lleva haciendo toda su vida (sí interesa).
¿Quién es uno y quién es otro?
¡Ah, tú sabrás, que para eso es tuya la empresa!
Yo solo sé que a veces los estudiantes que me merecen más admiración no son los que sacan la mejores calificaciones.
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