"A mí me da igual", es una de las formulas más comunes de ese compuesto lingüístico conocido como "mentira común".
La cuestión es que hay (muchas) cosas que no nos hacen gracia, cosa que no nos hace ni pizca de gracia, y mucho menos reconocerlo en público.
Porque, según parece, que algo nos afecte es indicativo de debilidad, y aquí nadie quiere ser débil ni parecerlo. Además, reconocer que nos afecta es admitir que otra persona (enemiga) tiene poder sobre nosotros, el poder de manejar nuestros sentimientos y de hacernos daño.
Y aquí y ahora se trata de ser un tipo, duro, que sólo los cobardicas se llevan malos ratos y lloran.
(¡En realidad, aquí lloramos todos!)
Así que, ya sabe, cálcese ese frío rostro hormigonado de jugador poker y afirme con desprecio que le trae sin cuidado lo feliz que es su ex con su nueva pareja, que a Sanchizuelo le hayan ascendido y que su nene tenga las Matemáticas atragantadas desde los tiempos en que el Teorema de Pitágoras era la gran novedad primavera-verano de la pasarela geométrica.
Mienta, que, en realidad las mentiras no son sino una inocente generación virtual de hechos y cifras alternativos que se alejan de lo objetivamante real más de lo excusable por un fallo de memoria. Mienta, que mentir ni es malo ni es peligroso.
(Salvo cuando uno se miente a sí mismo).
Y, por mi parte, me da exactamente lo mismo que este blog lo lean 3 que 3.000, y me importa un comino lo que puedan pensar de él, porque esto lo escribo para mí mismo y no para que nadie lo lea o le guste.
(Ya, vale, de acuerdo...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario