-Pero vamos a ver, Arteló, ¿usted por qué quiere que yo le apruebe Latín?
-¡Para que mis padres no me regañen!
-Ya. ¿Y no le entristece que sus conocimientos de la lengua de César y Cicerón sean tan limitados?
-No sé, no mucho.
-Entiendo. Arteló, ¿usted sabe quiénes fueron César y Cicerón?
-César...Supongo que el de 3ºC, y el otro debe ser de los pequeños o ya haberse ido del cole, porque no me suena.
-Y, siendo sinceros, ¿usted cuánto tiempo le dedicó a estudiar para el examen?
-¡Toda la tarde, don José! ¡Pero es que la malditas declinaciones no me entran!
-Así que consagró íntegra una hermosa tarde de su vida al estudio del Latín y no ha conseguido aprobar. ¿Qué enseñanza saca de eso?
-Que con una tarde no me basta.
-¿No habría sido mejor irse a jugar? ¡Habría logrado lo mismo!
-No, porque ahora me sentiría avergonzado por no haber hecho nada, en vez de no lo suficiente.
-¡Bravo! Entonces, ¿qué va a hacer?
-Empezar a estudiar antes, y hablar con César para que estudie conmigo, que parece que a él se le da todo esto mucho mejor que a mí y me lo puede explicar.
-Exacto, no basta con esforzarse, hay que saber cómo hacerlo.
-Entonces, ¿me aprueba o no?
-¿No prefiere ganárselo usted? ¿No es mucho más bello el salario que la limosna?
-Ya, pero...¡A ver qué les cuento ahora a mis padres!
-Limitese a decirles: "Gutta cavat lapidem, non vi, sed saepe cadendo". Si lo entienden, no querrán reñirle; si no lo entienden, no tienen derecho a hacerlo.
-¿Qué significa?
-¡Usted mismo me lo dirá en el próximo examen!
Don José hace mucho tiempo que se dio cuenta de lo estéril que resulta enseñar Latín a secas.
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