-¡Joé!
Rosales se permitió una inusual demostración de irritada frustración. Con desgana, por supuesto, que el chaval tiene una reputación que mantener. Pero está claro que no le hace ni pizca de gracia que se le haga tan cuesta arriba eso de meterle goles a Martita. En este caso, su eléctrico remate a la media vuelta se dio de bruces con la pierna derecha extendida en rápido reflejo de la chica.
Martita Abad Rivero no dedica los recreos a cotillear con otras niñas abrigada al solecito de un banco, o lucirse coqueta delante de los chicos dos años mayores.
Martita Abad Rivero es futbolera, y polivalente, que igual se planta eficaz bajo los palos que corre la banda izquierda, o, si así lo requiere la ocasión, se lanza expeditiva al corte.
Los chicos no se fijan mucho en Martita, aunque ella podría ser de las más guapas de la clase si se lo propusiera, que ese cabello rubio y esos ojos claros son buena materia prima. Pero no se lo propone. Se limita a ira por la vida con el gesto severo y la palabra parca de los tímidos.
Como es de esperar, hay muchos rumores sobre Martita. Tan solo porque no se pinta para ir a clase ni se arremanga la falda. Tan solo porque le gusta jugar al fútbol en los recreos.
Este mundo y sus gentes siguen demostrando una cruel hostilidad hacia los que se atreven a ser diferentes para ser felices.
-¡Buena parada, Abad!
Gonzalo Rosales no regala los cumplidos, ni tan siquiera los vende baratos.
Martita se limitó a chocar la mano de Rosales con fingida indiferencia y a prepararse para el lanzamiento de esquina.
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