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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Una Entre Un Millón para "Rouge" Perdeux (20).

Al poco de terminar la carrera, cuando los caballos apenas habían comenzado a aminorar su velocidad, Mike West se acercó a "Rouge".

-¡Buena monta, mamón!

"Rouge" se limitó a sonreír y levantar el pulgar derecho. Eso de estar enfrentándote día tras día a los mismos es mortal de necesidad para los piques. Al fin y al cabo, ahora ganas tú, luego gano yo, y tan amigos.

En fin, había llegado el momento de saborear el triunfo -su gran triunfo-, al más puro estilo de los generales romanos. Giró a su montura 180 grados y se dispuso a iniciar su paseo triunfal delante de los graderíos abarrotados de histeria.

¿Eran aprensiones suyas o toda esa gente estaba muy fría? Quizás es que había idealizado en su imaginación aquel momento, pero le parecía que esos eran aplausos de compromiso y no el clamor que el desarrollo de la carrera le había prometido. Levantó el puño sonriente, pero aquello ni de lejos surtió el efecto deseado. En eso llegó el mozo, para coger al caballo y guiar al jinete hacía la sorprendente realidad:

-¿Se ha enterado? ¡Los Valera cogieron la pasta en el último instante, lo acaban de anunciar por la megafonía!

-¿Qué?

-Si, un pez gordo de la organización de apuestas les ofreció en privado 100 de los grandes justo antes de darse la salida, y a los Valera les entró el canguelo y aceptaron.

-¿Cómo 100? ¡Pero si esos tíos sólo ofrecen 25!

-Día especial, oferta especial.

-¡No fastidies! Entonces...

-Exacto, no hay millón para la parejita de soñadores, pero yo sí me he sacado un dinerillo con los 100 pavos que aposté por usted. Le debo una cerveza.

Ahora entendía. Todo aquel público se sentía decepcionado, traicionado incluso, por un par de soñadores que había vendido sus ilusiones por 100.000 monedas de oro. Pero, seguramente, para nadie era tan doloroso aquello como para "Rouge": porque no habían creído en él, porque sentía que se había jugado la vida para nada, porque le habían echado vinagre en su pequeña tartita de gloria.

Bajó de su montura envuelto en el mismo gélido manto de aplausos de cortesía.

Para Bruce Granger tampoco estaba siendo precisamente un rato agradable. Aquellos bastardos de la campaña de Zack Jones le habían hecho el truco. Él ya se había encargado de garantizar en secreto a los Valera que se les pagarían 50.000 pavos aunque perdieran, con el fin de asegurarse de que despreciaran la oferta de 25, con el fin de que mantuvieran el sueño vivo hasta el final. Pero no había contado con aquellos 100.000 de última hora, sin duda financiados por los tan generosos donantes de la campaña de Zack Jones. Parecía nuevo, y el presidente no quería novatos en su equipo.

En otras palabras, estaba virtualmente despedido.

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