Jacinto, el chofer del señor Romera, no estaba allí para celebrar la inauguración de la nueva fábrica. Jacinto se había despedido unos días antes y se había largado del pueblo junto con su mujer. "¡Patán desagradecido!", eso le llamó Romera al enterarse de la noticia.
Jacinto se había convertido en el "hombre para todo" del señor Romera. Además de conducirle el Mercedes, lo habían destinado a ejercer de vigilante nocturno de las obras de la flamante fábrica. Más horas, mismo sueldo. Lo tomas o lo dejas.
Fue durante una de esas noches tan largas y tan solitarias que aquella monjita se presentó de improviso. "¿Le importa que le haga compañía?" Al contrario. A esa noche la siguió la siguiente, y a ésa la de después. Poco a poco, la monjita se fue ganando la confianza de Jacinto. Hasta que llegó el día en que Sor Camino juzgó que la tierra ya estaba preparada para sembrarle su plan.
Las monjas son monjitas pero no imbéciles. Tienen por costumbre mantener la boca cerrada, los oídos abiertos y el entendimiento muy despierto. Fue de este modo que Sor Camino también se había enterado de lo del cuadro durante aquella cena. (¿Quién iba a sospechar una religiosa de aspecto tan inofensivo? Unos industriales medio borrachos no, desde luego).
El plan era sencillo y arriesgado, y a Sor Camino le había costado decidirse, pero sentía que tenía que hacerlo. Después de todo, "los caminos del Señor son inescrutables". Dedicarían las noches a buscar lo mismo que los otros buscaban durante el día. A ver quién ganaba. Y si ganaban ellos dos, a medias. La monja ya había encontrado un posible comprador para el cuadro (las religiosas tienen contactos hasta en el infierno): Un riquísimo coleccionista francés obsesionado con Francisco de Goya.
Y ganaron la monja y el guarda.
En la carta que Espinosa tenía en sus manos, Jacinto explicaba todo lo que había pasado, adjuntando una foto de la pintura. Era su pequeña gran venganza personal contra todos esos a los que él consideraba "gentuza con corbata".
El cuadro lo habían vendido por cinco millones de euros (en terminos relativos, una auténtica ganga), de los que él se había conformado con dos. Para que aprendan todas esas fieras sedientas de billetes. Se marchaba con ellos fuera de España y confiaba que le permitieran no tener que volver a llamar contra su voluntad "señor" a nadie.
En lo referente a la Sor Camino, nadie hizo muchas preguntas cuando colgó los hábitos. Una simple monja de infantería que se va. Tomó los tres millones de euros y se marchó a Sudamérica con ellos. Los puso a trabajar para el Bien y la Justicia. Muy sabia inversión.
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