La señora de García-Borcigueitia a duras penas pudo reprimir el grito de indignación y dolor. ¡Los pies del paleto sobre su mesa de caoba del salón principal! ¡Y encima el tarado de su marido también los había puesto! ¿Estaba tonto o qué?
Azarías, con el puro en la boca y la copa en la mano, fanfarroneaba satisfecho:
-¡Tenemos que echarnos un tenis yo y tú, Alvarito! O un golf, o lo que te salga de los cojones. ¡A todo te voy a humillar igual!
Más carcajadas falsas. Más inquietud entre los peces gordos de Garborsa. Las noticias vuelan, pero los cotilleos van en cohete y cada vez más se estaban enterando de lo del cuadro de Goya. Nervios, emoción, incertidumbre y conjeturas sobre lo que iban a hacer con tan valiosa obra de arte...García-Borcigueitia, en cambio, seguía sin estar al tanto. García-Borcigueitia nunca se enteraba de nada.
Y a todo esto, la señora del señor -señor- Azarías Romera en el cuarto de baño de señoras. Con el vivo de Jaimito Ortigosa. Ella no esperaba pasárselo tan bien en la fiesta. Ni de lejos. Él se tomaba todo aquello como una especie de voluntariado, como una generosa entrega de su virilidad desbocada a las mujeres necesitadas de toda España. En resumen, que "La Portentosa de Ortigosa" -como era popularmente conocida- era un servicio público.
Terminada la faena, ella salió primero, disimulando muy mal disimulado (la falta de costumbre), se arregló el pelo en el espejo y abandonó el lavabo silbando una alegre tonadilla.
Y mientras, el recién coronado con astas sin hache estaba demasiado ocupado como para percatarse de que su esposa tardaba mucho en volver del baño. Seguramente, porque ni siquiera se había dado cuenta de que había ido. Él seguía presumiendo de su revés atalonado en la mesa de caoba
Pero la señora de la señora de García-Borcigueitia ya no estaba allí para indignarse. Cuando se había cruzado con la de Romera a la puerta del baño, se habían saludado cortésmente.
Sí, Ortigosa es mucho Ortigosa, muchísimo. Como acertadamente había señalado Espinosa, la única que se le iba a escapar con vida aquella velada era la monjita. Y mejor no retarle.
Para señora de García-Borcigueitia no era su primera (ni su segunda) experiencia con "La Portentosa de Ortigosa" y, con toda seguridad, tampoca sería la última. Como ya dije, García-Borcigueitia nunca se enteraba de nada.
La señora de García-Borcigueitia a duras penas pudo reprimir el grito, pero esta vez no era precisamente de indignación y dolor.
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