-¡Alvarito, buenas noches, amigo!
Apretón de manos, firme y viril, acompañado de cachetitos en la cara.
-A sus pies, señora.
Sin duda, a intentar ser educado nadie le ganaba a Azarías. En cambio, a conseguir ser adecuado, muchos. Su señora fue notablemente más discreta.
Los García-Borcigueitia, a hacer de tripas corazón.
-Pasa, pasa, Azarías. El resto están en la sala, tomando el aperitivo.
(-¿Te has fijado, Gabina? ¡Ha salido a recibirnos, y eso no lo hace con cualquiera!)-
Susurró Azarías a su mujer.
El "resto" eran un selecto ramillete de peces gordos de Garborsa -con Espinosa a la cabeza-, cuidadosamente aleccionados para tejer con sus zalamerías la tela de araña en que iba a caer preso el infeliz de Azarías. En palabras textuales del propio Espinosa: "A este hay que chuparle la vanidad bien chupada".
-¡Hombres, Azarías, ya te echábamos de menos, joder!
-¡Azarías, coño, que ya me he enterado que no paras de ganar duros con tu empresa! ¡Deja algo para los demás, cabronazo!
Inmerso en las embriagadoras aguas de aquella almibarada piscina de halagos, Azarías no fue capaz de percatarse de lo sospechoso que resultaba tanto peloteo de parte de unos sujetos que, hasta hacía poco más de un mes, lo habían ignorado por completo. Él lo achacaba a la admiración que despertaba lo bien que iba su empresa. Inocente.
-Alvarito, ¿con quién hay que acostarse aquí para que te pongan una cervecita?
Todo el gallinero de lameculos río a coro la gracieta, al tiempo que García-Borcigueitia indicaba con un gesto a un empleado de servicio que cumpliera la orden.
(-¡Joder, no sé qué le queremos sacar a éste, pero cuando García-Borcigueitia le consiente tanto Alvarito -con la mala leche que se le pone cuando le llaman así-, algo bien gordo debe ser!)
Susurro un pez gordo a otro de su acuario.
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