-¡A que está precioso, señor Perdeux!
Cierto, "One in a Million" presentaba un aspecto fantástico, y no sólo porque a aquel mozo le hubieran llovido cien pavos para que se esmerara especialmente a la hora prepararlo.
No parecía lo que realmente era: un caballo aceptable, y nada más, un animal al que habían castrado por no ser excepcional, porque nadie pagaría ni cuatro cifras por un hijo que llevara su sangre. En suma, un caballo que correría hasta que ya no pudiera más, y que finalmente sería vendido a alguna finca como montura de recreo.
Entonces, "Rouge" se percató de que, en realidad, aquel bicho y él mismo eran muy parecidos: un par de mediocres cualquiera llevándolo con la mayor dignidad posible. De pura solidaridad, le acarició el cuello a su montura y éste le bufó las gracias.
-Amiguito, hoy es nuestra gran tarde, la tuya y la mía, aunque mañana de nuevo seamos un par de don-nadies integrales. Te propongo un cosa: vamos a salir ahí fuera y vamos a vender nuestra piel tan cara que, aunque nos ganen, no nos volvamos aquí con la sensación de que hemos perdido. ¿Qué me dices?
"One in a Million" volvió a bufar. "Rouge" se lo tomó como un "trato hecho".
-Sabe, señor, hoy me gane cien dólares extra y los he apostado enteritos por ustedes dos.
-¡Entonces habrá que ganar!
"Rouge" Perdeux seguía muy nervioso, pero de otro modo.
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