Por supuesto que sí se sabía (¿para qué están los ordenadores sino?) y, en efecto, había otro boleto todavía vivo, pero las normas marcaban que era el portador el que tenía que salir a la luz.
Y hasta en diez ocasiones revisó éste los números antes de marcar el teléfono que aparecía en vivos colores al reverso.
-¡Llama ya, que está bien seguro!
Su mujer, casi tan nerviosa como él.
Y él era Julián Valera, mexicano de nacimiento, estadounidense de adopción económica. Trabajador de todo lugar donde hubiera trabajo: cargar sacos, vigilar almacenes, cortar setos...Lo que fuera. Lo mismo que Almudena, su mujer. Se habían conocido, casado y decidido probar suerte al otro de la frontera. De momento, habían tenido poquita; de momento, el sueño de ganar un millón de dólares pareciá cada día más lejano e irrealizable. Pero sólo de momento, porque todo podía cambiar, gracias al dólar de la apuesta semanal de Julián, uno de los poquisimos y miserables lujos que se podían permitir. Era como si la Vida les fuera a pagar de golpe toda la Suerte que les debía. Era como si el Sueño -su Sueño- Americano se fuera a hacer realidad.
¿He oído Sueño Americano? Sí, y tan fuerte que aquello no pasó desapercibido a los agudos oídos de los muchachos de Bruce Granger. Leyó el informe apresuradamente redactado y, con una sonrisa de zorro esperanzado, dio tres órdenes a su secretaria:
-Póngame con el presidente, prepare café y llame a mi esposa para decirle que no me espere despierta.
("O sea, que esta noche el amante se lo puede tomar con calma", se dijo para sí la secretaria con una sonrisilla de mala malísima).
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