Paola Rubio es agradable y acogedora, además de poseer el superpoder de oler la tristeza ajena y el valor de plantarle cara.
Paola Rubio no trata a los profesores como si fueran el enemigo, y ellos lo saben apreciar. Mucho.
El Padre Perales se había quedado sentadito a la puerta de la capilla. La mirada, en ningún sitio en particular. Los curas también tienen derecho a deprimirse, aunque ellos tienen más claro a quien recurrir.
Y en eso paso Paola, sin duda no por casualidad.
-¿Qué tal, padre?
-Aquí, repasando mentalmente la misa de hace un rato...Oye, ¿tú crees que alguien se ha enterado de mi homilía?
-No, estábamos charlando en voz bajita, en nuestro mundo o dormidos sin más.
-¡Ya, me lo temía!
-Bueno, pues como los adultos. ¿Usted se piensa que sacan algo en claro de tanta boda, bautizo y comunión?
-¡Hija, que me hundes!
-No, padre, de ningún modo. ¡No se lo vamos a poner tan fácil al enemigo! Usted deje de comerse el coco con lo de que sus homilías son feas, y siga ayudando a la gente que lo necesita, que eso es lo que más le jode al Diablo.
-Eso haré, hija...Por cierto, no digas palabrotas.
-Perdón, Padre...¿Más animado?
-Sí, ahora sí.
-Pues eso, que no se raye. ¡Hasta luego!
-Adiós.
Y Paola se alejó sonriendo por el pasillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario