¿Sabe usted una cosa a la que le tengo miedo de verdad (de la buena)?
A que un día se acaben las historias que narrar, a que llegue un momento en que todos los chistes ya se hayan contado, a que la creatividad sea degradada a copia rasa.
Intento tranquilizarme, me aferro a las promesas de los que dicen que la imaginación humana es infinita...
Pero, por otro lado, pienso en todos los miles de personas que escriben blogs por todo el mundo, y me asalta la sensación de que estamos ordeñando sin control las ubres de la creatividad humana, publicando historias a diario que ya jamás volverán a ser nuevas, aunque sea con más voluntad que mérito como en mi caso.
¿Llegará, pues, el infausto día en que todo lo que uno pueda decir ya esté dicho? ¡No se me ocurre mejor definición de un Apocalipsis!
La idea a veces me impide soltar la pierna para dormir y me hace pasar noches vigilionas de sudor e incertidumbre. Porque creo que el día que no pueda aportar nada razonablemente original -aunque con torpeza, reitero- se me va a hacer mucho más cuesta arriba este trabajo a menudo tan mal pagado (y a veces tan bien) llamado vivir.
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