Bueno, al menos ya había rematado la corrección de exámenes de suficiencia, la parte más odiosa para él. Le tocaba leer tales barbaridades, que a veces sentía hasta la necesidad de lavarse las manos, como para limpiarse toda aquella inmundicia intelectual.
Continuó con la redacción de la carta de despedida a las familias, otro de los deliciosos flecos finales. Llevaba ya tres cursos colocando la misma, por lo que -por un mínimo de vergüenza- este año estaba redactando una nueva.
"...y ahora, vuestros hijos podrán disfrutar de un merecido descanso..."
Estuvo tentado de quitar lo de "merecido", pero, al final, el cliché y la diplomacia pudieron con las ganas de decir la verdad.
Borja Navarro pasaba por allí, seguramente por casualidad.
-¡Hola, José Luis!
-¡Hombre, don Borja! ¿Cómo tú por aquí?
-A recoger unos papeles que me pedían para lo de la universidad.
-Muy bien. ¿Qué vas a hacer por fin?
-No sé. Ya veré.
-Pues nada, mucha suerte.
-Gracias.
-Y ven a vernos algún día.
-Descuida.
-Hasta luego.
-Adiós.
José Luis Trestuestes era del todo consciente de que -con toda probabilidad- esa era la última vez que vería a Borja Navarro. Un buen chico y un buen estudiante, de esos que te atienden en clase y te hace preguntas inteligentes. De esos que intuyes que te aprecian -todo lo que se puede apreciar a un profesor- y a los que estimas -todo lo que se debe estimar a un alumno-.
En ese momento, quiso creer que Borja Navarro era un poquito mejor gracias a él, tuvo un breve pero intenso ataque de orgullo nostálgico, y retomó el tedioso ejercicio de redacción, como si nada hubiera pasado.
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El Colegio Imaginario que Jamás Existió se toma vacaciones hasta septiembre, pero Mundo Jackson continúa.
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