Pero, (como a todos los niños) la vida lo fue moldeando a su cruel capricho, con una casa a la que nadie en justicia llamaría hogar, y una familia que se deshizo como un polvorón.
Los estudios fueron la siguiente ficha de dominó en caer, y, para cuando entró en la Secundaria a trompicones, a aquel chaval difícil y macarra ya se le llamaba "el Angeto", apelativo que a él le encantaba.
"¿Angeto? ¡Yo más bien diría 'Anjeta'!", eso afirmó un profesor recién llegado delante de todo 2ºB de Secundaria al enterarse del apodo -Ángel ya tenía todo un prestigio como caradura profesional, algunos dicen que bien ganado- y, cosas de la vida, el mote gustó y llegó para quedarse.
El último peldaño en la escalera que sube hasta lo más bajo lo marcó unas pastilla una noche de febrero, en una discoteca. A la primera le siguieron muchas y aquel Angelito moreno y mimoso completó su paso al lado oscuro de la existencia.
"Angelito", "El Angeto", "El Anjeta", pasó a ser "El Anjetaminas".
Otro nombre que añadir a la lista de nuestros fracasos. El enésimo "Ángel Caído"...
Total, ¿qué más da?
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