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sábado, 19 de junio de 2010

Dulces Sueños Alados.

Una vez al trimestre, la pequeña Clara recibía con alborozo carta de Hakesh, siempre acompañada de una foto con el rostro sonriente, siempre con pajaritos dibujados en los márgenes.

Clara -escarbando en su propia paga- fue la madrina de Hakesh durante seis años, hasta que una lacónica carta de agradecimiento le anunció que el niño -ya casi un hombre- había conseguido ingresar en el ejército y, por tanto, ya no precisaba ser apadrinado.

Pese a que le propusieron continuar con el envío de dinero en beneficio de otro chaval, Clara -que también había dejado atrás la adolescencia- decidió que ya había cumplido con lo del granito de arena y cesó su colaboración económica.

No obstante, a la chica de vez en cuando le asaltaba el bichito de la curiosidad: "¿Qué habría sido de Hakesh?"

Clara se casó con Martín, y puesto que los dos compartían la misma pasión por la India, decidieron pasar allí su luna de miel.

Era la ocasión ideal para matar al dichoso bichito de la curiosidad.

Tras un poquito de investigar con la organización benéfica, un algo de rogar en alguna ventanilla oficial y hasta un episodio de soborno a un funcionario para que se escapara un dato por descuido, la feliz pareja localizó a Hakesh Gupta.

De hecho, teniente de vuelo Gupta, destinado en la base aérea de Gorakhpur, relativamente cerca de la frontera con Nepal. Un nuevo malabar burocrático permitió concertar una entrevista en la misma base.

-¡Flight Lieutenant Gupta is just about to land. I'll be here in just a few minutes!

Clara asintió con una sonrisa al soldado que le anunciaba que el tan esperado momento estaba a punto de producirse. Cómodamente instalados en la oficina del 16 escuadrón de la Fuerza Aérea India, contemplaron a través de la ventana panorámica cómo un punto lejano y mudo se convertía rápidamente en una aeronave de combate y ruido que se posó sobre la tierra todo lo grácilmente que su naturaleza le permitía.

-¡Flight Lieutenant Gupta! -señalo entusiasmado el soldado.

El rostro tenía 15 años más, pero no había cambiado, en especial aquella sonrisa. Sin mediar palabra, el gallardo oficial en mono de vuelo abrazó a Clara reprimiendo las lágrimas de gratitud.

Clara, en cambio, se pudo permitir el lujo de llorar.

Mientras, Martín, enternecido, se sintió muy orgulloso de su esposa, esa niña que había sacrificado sus caprichos semana a semana durante años para permitir que un pobre crío pobre de un país supuestamente pobre tuviera la oportunidad de cumplir su sueño de volar en un pedazo de virguería tecnológica, para una de las fuerzas aéreas más poderosas del mundo.

Durante camino de vuelta al hotel, mientras conducía aquel coche alquilado, Martín tuvo la tentación de hacer un comentario, pero aquello le sonó a demagogia barata y prefirió callarse.

Pero pensarlo, lo pensaba.

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