Pocas labores alcanzan el nivel de callada abnegación que tiene la de los pelos de la nariz.
En silencio, día a noche, están ahí, protegiéndonos de los gérmenes y microbios que nos quieren hacer el desembarco de Normandía por la napia. Sin ellos, nuestra salud estaría en riesgo.
Y, ¿qué nos piden a cambio de tan crucial labor? Absolutamente nada.
Y, peor, ¿qué reciben en pago? Nuestra ignorancia o, en al caso de los que -valientes- asoman centinelas en primera línea de orificio, el desprecio y la ejecución sumarísima a manos de unas pinzas.
¿Cabe mayor demostración de sucia ingratitud? ¿Puede la Humanidad seguir mirándose a la cara en un espejo mientras no se lave tan seria afrenta?
(Y lo peor es que algunos en efecto lo harán, para quitarse los pelos de nariz).
(Dedicado a un señor dentista que estaba tan preocupado de los pelos de mi nariz que de no veía las caries de mi boca).
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