Como aves precursoras de Primavera, en Madrid aparecen los corredores de parque.
Me refiero a esos señores que deciden que este año van a lucir más atléticos que nunca en las costas españolas: se compran la equipación más cara que el Corte Inglés ofrecer pueda (reproductor musical con brazalete incluido), se la calzan (con la preceptiva cinta para el pelo y muñequera) y se lanzan a dar vueltas como pollos sin cabeza por el exterior del parque más cercano.
Obviamente, antes habrán dedicado unos minutos a hacer los reglamentarios estiramientos, siempre muy serios y mirando a la afición con descarado gesto de hacerse los interesantes (mención especial al momento "empujo el muro").
Si tiene un poco de tiempo, siéntese en un banco, ya que, si tiene un poco de paciencia, podrá apreciar como el ritmo de ferocidad contenida ("dándome caña pera dosificando") de los primeros pasos por meta va dando el relevo a un correteo cada vez más desgarbado, acompañado de una congestión creciente y unos resoplidos con angustioso gesto más que preocupantes.
No pasará mucho rato hasta que nuestro amigo, por puro instinto de supervivencia, se pare, pero, terco en no admitir su derrota, simulará hacer más ejercicios de estiramiento.
Mentira que se estira. Lo que pasa es que no puede más.
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