-Perdón, me parece que no le entiendo.
-¡Pues menudo profesor de Lengua que está usted hecho! Creo que le hablo en perfecto castellano.
-Es una broma, ¿no?
-No, es muy en serio. No tengo tiempo para bromitas.
-¡Pero, usted está loco! ¡Pretende sobornarme para que apruebe a un alumno!
-¡No exagere, hombre! Lo que realmente pasa es que yo le hago entrega de este sobre con un pequeño donativo para su colegio, y, de paso, le pido que reconsidere la calificación del número 5 de 2ºB.
-¡Mire, esto es repugnante, un insulto a mí y mi ética profesional!
-¡Bueno, bueno, no se ponga así! Me llevo el dinero, y aquí no ha pasado nada. Al fin y al cabo, usted se gana la misma cantidad muy honradamente dando clase un mesecito.
-Además..., ¿cómo sé que luego no me denunciará?
-¡Por favor...Estamos entre señores!
-Ya...Pero...¡Esto no está bien, no es correcto! ¡Tenga su sobre y déjeme en paz!
-Muy bien, como quiera...Es curioso, aquí todo el mundo forrándose con chanchullos y he dado con el único español honrado.
-¡Y a mucha honra!
-Si honrado...O, por usar un sinónimo, señor profesor de Lengua, gilipollas.
El honrado profesor de Lengua que dejó de serlo tanto una tarde de junio se hizo muchas preguntas, pero jamás preguntó. Mejor dejarlo estar, sin duda.
El golfo agente inmobiliario se sacó una sobresaliente comisión con el alquiler durante los dos meses estivales de una mansión de ensueño para las vacaciones de una familia forrada de dinero. Unas vacaciones que un inoportuno suspenso estuvo a punto de mandar al garete, (por aquello de un padre muy estricto que gustar de cumplir sus amenazas).
Por fortuna, no era nada que un poquito de dinero no pudiera solucionar.
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