-¡Padre, cómpreme una papeleta, que es pa' lo del viaje!
El cura frenó en secó sus frenéticos 100 metros pasillo y se giró para identificar a aquel inesperado vendedor ambulante escolar.
-¿Viaje? ¿Qué viaje, Tortosa?
-Que nos vamos todos los mayores a Mallorca cuando terminemos los exámenes finales.
-Ya...viaje de estudios, supongo.
-Sí, claro.
Aquello se traducía en que dos o tres darían un paseo la catedral y tomarían algunas fotos; el resto, tardes de playa, noches de discoteca y mañanas de ronquidos.
-¿Y qué es lo que vendes?
-Papeletas para la Lotería. ¡Seguro que le cae un buen pellizco!
-Mira, Tortosa, agradezco tu generosa oferta, pero es que no me interesa el premio.
-No, padre, que no es una rifa en plan portátil y jamón. ¡Que lo que toca es dinero!
-Si te he entendido perfectamente, y te repito que dinero ya tengo.
-¡Pero de eso nunca hay bastante y puede pillar un saco de duros con un poquito de suerte!
-¿Y no sería una injusticia que a mí me tocara un dinero que no necesito, mientras hay pobres en todo el mundo?
-Hombre...
-Sí, lo seria. Y, a la injusticia, ni un milímetro, ¡ni uno! Así que, hijo mío, dame todo ese taco que llevas, dime lo que te debo y le regalas mis papeletas a la gente que veas más necesitada.
Tortosa, preso de un ataque de "atonitismo agudo", contó apresurado el género que aún le quedaban por vender.
-¡Padre, que son más de 50 euros!
-¿Importa algo eso? ¡Ya te he dicho que a mí el dinero me sobra! Anda, toma la pasta y haz lo que te he dicho.
El muchacho le arrebató el dinero al cura (no se fuera a arrepentir) y enfiló el camino de la salida.
-¡Espera, Tortosa!
¡Se fastidió el asunto, el cura ha recapacitado!
-Dame un par de ellas. Es para poder decirles a tus compañeros que ya llevo. ¡Que el dinero me sobra, pero no tanto!
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