Todos los chistes del mundo se encuentran en un gran libro custodiado en lugar secreto por un Guardián de secreta identidad y agrio gesto de seca seriedad helada. La misión de dicho sujeto es dosificar con tino tanta sabiduría, dando a conocer nuevos chistes cuando los viejos están dejando ya de hacer gracia.
A tal fin, el Guardián toma un taxi cualquiera o se acoda en una barra al azar ante una caña con tapa, momentos que aprovecha para contar -taciturno- el chiste. Luego, desaparece instantáneo y discreto.
Fue en uno de esos bares donde un joven estudiante, entre la carcajada general, le pidió insistentemente a aquel enigmático cachondo que les contará más. Pero la petición que fue declinada con fría amabilidad y estas palabras: "Joven, ríe con gusto y poco a poco, pues un empacho de risa es el camino a la infelicidad". Dicho lo cual, se marchó por donde había venido.
Pero el muchacho, ocioso y fascinado por aquel intrigante personaje, decidió espiarle. Haciendo gala de admirales sigilo y astucia, lo siguió hasta su escondite. Allí, el fisgón bachiller logró encaramarse hasta un ventanuco y contemplar cómo el tipo abría un misterioso libro de considerable grosor, donde pasaba a hacer unas anotaciones.
Moribundo de curiosidad sobre qué contenía la obra, el estudiante vigiló paciente e incómodo al Guardián, hasta que éste se metió en la cama a descansar. No habían pasado ni quince ronquidos, cuando el ladronzuelo primerizo ya salía con su contundente botín por el hueco que lo había visto entrar.
Durante los tres días siguientes, el estudiante no salió de la habitación que ocupaba en una residencia universitaria. Sólo reía y reía, hasta tal punto, que sus mismos compañeros se empezaron a alarmar. Lo llamaron varias veces, pero todo lo que recibían por respuesta era un enojado: "¡Estoy bien, mejor que nunca, dejadme en paz!", calzado entre "ja, jas" y "ji, jis".
Mas, al cuarto día, las carcajadas pararon de sopetón. La puerta de la alcoba se abrió de un zas, y de ella salió presuroso su inquilino con un libro bajo el brazo y lágrimas en lo ojos. Nunca más se supo de él.
La única pista que dejó, una hoja caída en el suelo de la habitación, con este misterioso texto:
"Muchacho, has llegado al fin del libro. Conoces todos los chistes del mundo y, por ello, ya nada queda que te pueda hacer reír. Nunca volverán una carcajada a tu boca o la alegría a tu corazón, como jamás lo harán al mío. Te advertí y no me hiciste caso. Ahora, recibe tu castigo en forma de maldición: Tú eres ahora el nuevo Guardián".
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