Todo empezó con un químico francés de nombre Angelo Mariani. Por aquello de matar el rato, le dio por experimentar con la hoja de coca y, trasteando trasteando, creó el "Vino Tónico de Mariani" (grosso modo, "vino de Burdeos a la cocaína"). La cosa salió bien, ganando una Medalla Vaticana y el apoyo del mismísimo Edison, que afirmaba que el preparado ayudaba a estar mucho rato despierto (¡nos ha fastidiado!)
Luego llegó don John Pemberton (del mismo Georgia, USA), herido durante la Guerra Civil Norteamericana y -por consecuencia directa- morfinómano de la vida. Buscando remedio a tan incómoda esclavitud farmacológica, don Johnnie le dio otra vuelta al brebaje de Marianini y sacó su propia versión, que añadía como novedad "nuez de coca", un fruto seco con alto contenido en cafeína, y prometía remediar todo tipo de males. Al poco, y forzado por una nueva legislación contra el alcohol, Pemberton sacó la versión "cero-cero" de su producto: la "Coca-Cola".
El resto es presente.
¿Y su "hermanita acainada", La "Pepsi-Cola"? (Por cierto, el nombre viene de que, en su primera época, prometía curar la "dispepsia").
Pues nació no muy al norte de Georgia: en Carolina (obviamente, del Norte) y no mucho después de la Coca. Efectivamente, ya a comienzos del siglo XX estaban ambas funcionando y compitiendo -cuello de botella con cuello de botella- por refrescar el partido, el cine y la hamburguesa de la humanidad.
Guerra comercial que llegó hasta la Antigua Unión Soviética (donde la Pepsi consiguió introducirse a irónico despecho de su rojo competidor) e incluso al espacio exterior, cuando ambas compañías diseñaron latas especiales y espaciales, que viajaron a bordo del transbordador espacial "Challenger".
Lo que no le puedo desvelar -porque no lo sé- es lo del ingrediente secreto (ni tan siquiera, si la Coca-Cola lleva cocaína o no).
¿Y nuestra entrañable y patria "Casera Cola"? Más de una, dos y tres me tomé de niño, a plena satisfacción.
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