Cuanto más sabia es una persona, más complicado resulta provocarla.
Al necio basta con insultarle por lo verbal o por lo gestual, y ya le tenemos embistiendo como un toro.
En cambio, al que ha leído mucho y vivido más (que es mi definición de sabio), no es tan sencillo sacarle de sus casillas. Porque sabe que en cada provocación está la finta del extremo, que quiere que le entres para poder regatearte, o que busca que le recetes una patada roja de necesidad.
Por tanto, no se deje provocar fácilmente. Las palabras son sólo sonidos (más o menos) articulados, que casi nunca llegan para quedarse; los gestos no pasan de torpe mímica de mal actor.
Ciertos actos, ahí está la verdadera provocación. Lo que muchos hacen (o dejan de hacer, o consienten que se haga)...Eso es lo que puede conseguir que el sabio pegue un puñetazo de rabia sobre la mesa.
Porque el sabio, por serlo, es sensible, muy sensible...Y hay cosas que hieren de verdad.
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