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viernes, 7 de noviembre de 2008

Únicos (e irrepetibles).

Soy hijo único, que es algo que, a veces, se afirma como quien confiesa un delito. Porque dicen que somos malcriados, raros, caprichosos y unos pobres desgraciados que jamás tuvieron la suerte de crecer en compañía de hermanos (con los que pelearse todo el rato).

Es cierto. Pero me encanta ser el único. Porque en las tardes de silencio y soledad en el hogar hemos aprendindo a imaginar y crear, porque sabemos ejercer nuestra individualidad, y, en especial, porque tenemos la maravillosa certeza de que unos padres apostaron todas sus fichas de ilusión y amor a nuestro número. Y es que,cuando algo te sale bien a la primer, ¿que necesidad hay de insistir?

En resumen, que es maravilloso ser hijo único (y toda una responsabilidad), ¿no cree?

Día de Reyes de un hijo único. Dicen que nuestro monopolio del regalo hace que no sepamos compartir, pero, por esa misma regla de tres, también se podrían afirmar que tampoco hemos aprendido a envidiar lo que otros reciben.

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