Ya casi nadie luce escapularios como los de antes, seguramente porque cada vez menos gente cree que haya que creer en Dios. Al fin y al cabo, ¿te regala ese tal Dios una Play Station o algo parecido si le domicilias tu fe? Pues eso.
Ahora el todopoderoso es el dinero, y la empresa su profeta. Es por esto que tantos sujetos se cuelgan con devoción esos modernos escapularios con código de barras y un bonito logotipo. Es una sumisa prenda de adoración hacia la multinacional que me da de comer y beber; un sacrificio de individualidad que se hace al ser supremo burocrático, en forma de renuncia a la propia identidad para pasar a ser un número. El reconocimiento expreso de que uno es una ficha más del gran archivador corporativo.
Y el que esté libre de pecado, que entre a su oficina sin la identificación de marras colgada al pescuezo.
Razones de organización y seguridad, vale. (Porque todo el mundo conoce el careto acartonado y duro de Aragonés, pero pocos el del entrenador de Suecia). Pero, la gran pregunta es, ¿que le hacen si decide quitárselo? ¿Le multan?¿Le expulsan?¿Le detienen?¿Le pegan un tiro directamente?
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