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jueves, 6 de noviembre de 2008

Escapularios del siglo XXI.

Ya casi nadie luce escapularios como los de antes, seguramente porque cada vez menos gente cree que haya que creer en Dios. Al fin y al cabo, ¿te regala ese tal Dios una Play Station o algo parecido si le domicilias tu fe? Pues eso.

Ahora el todopoderoso es el dinero, y la empresa su profeta. Es por esto que tantos sujetos se cuelgan con devoción esos modernos escapularios con código de barras y un bonito logotipo. Es una sumisa prenda de adoración hacia la multinacional que me da de comer y beber; un sacrificio de individualidad que se hace al ser supremo burocrático, en forma de renuncia a la propia identidad para pasar a ser un número. El reconocimiento expreso de que uno es una ficha más del gran archivador corporativo.

Y el que esté libre de pecado, que entre a su oficina sin la identificación de marras colgada al pescuezo.

Razones de organización y seguridad, vale. (Porque todo el mundo conoce el careto acartonado y duro de Aragonés, pero pocos el del entrenador de Suecia). Pero, la gran pregunta es, ¿que le hacen si decide quitárselo? ¿Le multan?¿Le expulsan?¿Le detienen?¿Le pegan un tiro directamente?

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