Dicen que las reglas se escriben con las lágrimas de los tontos y la sangre de los todavía más tontos. Estoy de acuerdo. Lamentablemente, hay demasiada gente absolutamente convencida de que eso de las normas no les incumbe. Ellos son muy, muy listos.
Posiblemente, uno de esta raza de elegidos era un capitán de la Marina norteamericana al que se ofreció un paseo en un moderno reactor F-14. Seguro que le indicaron que se atara bien fuerte las correas que te anclan al asiento, pero, claro, eso de ir amarrado es muy molesto, así que él decidió no hacerlo. También le rogaron que se limitara disfrutar del paseo con las manitas sobre las rodillas y no tocara nada de la cabina, en especial dos asas de vivos colores que tenía entre las piernas.
Lo que pasó fue que el piloto hizo un giro brusco y puso el avión boca abajo (es el tipo de cosas que hacen que dar un vuelta en un avión de caza tenga interés). Nuestro astuto capitán, por pura física, se fue de golpe (y con fuerte golpe) contra el cristal de la cabina. Por simple instinto, buscó algo a lo que agarrarse para intentar volver al asiento. Premio: las dos asas. Esas que se usan para que el asiento salga disparado cuando la única manera de seguir con vida es abandonar el avión.
Resumen: nuestro inteligente capitán en caída libre (menos mal que el paracaídas es automático, lo que le salvó el pellejo) y el confundido piloto, en vuelo a más de 600 kilómetros por hora y sin la cabina que protege del frío y el viento. Afortunadamente, pudo aterrizar sin mayor novedad. En lo referente al capitán, en el pecado fue la penitencia en forma de convertirse en la comidilla y blanco de los chistes de toda la flota americana (enorme, por demás).
Moraleja: no vayamos tanto de listos y hagamos más caso a las personas que tienen experiencia y saben de las cosas.
Un avión que acompañaba al F-14 tomó esta instantánea momentos después del incidente. Sin duda, una de las más curiosas de la historia de la aviación.
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