-Vivir la niñez en dictadura, haciendo lo que ordenan y mandan tus papás. Es un tipo de gobierno que satisface todas tus necesidades básicas y te da protección, que es lo único que le hace falta a un niño para ser feliz.
-Pasar en la adolescencia a la anarquía, rebelándote contra las riendas dictatoriales de tus padres, pues tu mente ya ha crecido lo bastante como para darte cuenta de que te encadenan y no te dejan ejercer tu preciosa libertad.
-Una vez que el proceso de maduración es pleno, lo del anarquismo se te cae del árbol de la ciencia como una manzana podrida (generalmente acompañado de la frase "¡mira que he sido gilipollas todos estos años!") y uno disfruta de su edad adulta en democracia: con tu pareja, tus amigos, en el trabajo...El imperio del diálogo y la palabra.
-Por último, cuando te jubilas y te ha quedado una pensión de miseria, uno se vuelve comunista e intenta convencer a los hijos propios de que dentro de la familia todo es de todos y hay que compartir.
La pena es que, con el lío que tenemos hoy en día, los papás intentan que los niños crezcan en democracia desde chiquitos, lo que vuelve a los nenes unos pequeños dictadores (si me apuran, hasta monarcas absolutistas) y todo esto, en el clima de completa anarquía que da la vida moderna.
En resumen, tazón de cacao político bien espesito.
Las nuevas hornadas de "Reyes de la Casa" gobiernan, y lo hacen con mano de hierro.
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