Se lo escuché a un médico de esos que por curar a un niño sólo le cobra una sonrisa. Era tarde y había muy poquita gente en el auditorio, quizás por eso aquel galeno de campaña relajó la autocensura y rajó lo que no es prudente contar (aunque sí necesario).
"Operación Hércules", así llaman en el mundillo (medio en broma, medio en tragedia) al espectacular despliegue de medios que sigue a cualquier desastre humanitario. Imágenes una y mil veces vistas: esos aviones ávidos de cielo con las palas ya girando, esas cajas rebosando en las bodegas, esos datos apabullantes en voz en off que nos hablan de ayuda por toneladas y, sobre todo, esa ensalada de cargos públicos vestidos de Geyperman Comando "coordinando la misión".
Al día siguiente, imágenes de cooperantes civiles y militares repartiendo la ayuda "sobre el terreno" (este latiguillo es básico). Por supuesto, cobertura especial a los cargos de turno, y alguna monjita, que dan muy bien en cámara para estas cosas.
La pobre gente del país es feliz durante la semana o diez días que dura la moda. Los muy ilusos se creen que la mano amiga está allí para quedarse. Pero no, en cuanto el Gran Hermano del Telediario desvie su mirada hacia otro lado, los aviones, las cajas y el resto del circo solidario se largarán a otra ciudad. Y allí se quedarán los pobres pobres. Con la miseria de siempre y la cara de gilipollas que te deja una ilusión que se te va por el retrete de la injusticia.
Y esto fue, con otras palabras, lo que nos vino a contar aquel gran Señor Doctor.
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