El baloncesto es una celebración del talento atlético de la raza negra a la que algunos blancos son invitados. Pero hubo una época en que la cosa era, por mucho que nos sorprenda ahora, de otro modo.
Esta es nuestra historia de hoy: Final de la Liga Universitaria norteamericana de baloncesto de 1966. En un extremo del tablero con aros, Adolph Rupp, entrenador de la Universidad de Kentucky. No tiene jugadores afroamericanos en su plantilla, ni el más mínimo interés por reclutar alguno. Con su 12 relucientes piezas blancas le basta y le sobra para dominar el universo universitario del basket.
Enfrente, Don Haskins, preparador de la Western Texas University, presenta un quinteto titular exclusivamente formado por jugadores negros: Bobby Joe Hill, Willie Worsley, David Lattin, Orsten Artis y Harry Flournoy. No es raro ver a hombres de raza negra por las canchas, pero ningún entrenador se atreve a prescindir de algún políticamente oportuno toque blanco en su alineación de inicio.
El drama deportivo (y social) está servido, como una partida de ajedrez volador con un dado por pelota (ya, ya sé que en el ajedrez no se usa de eso).
El resultado final fue 72-65. Texas Western se había convertido en el primer conjunto en ganar la Liga Universitaria con un quinteto titular sin hombres blancos. Obviamente, se desata la locura y los muchachos del equipo se vuelven un símbolo propicio para todo tipo de manifiestos y reivindicaciones de carácter político-social.
Afortunadamente, los jugadores mantuvieron la cabeza sobre los hombros y dieron una magistral lección de sensatez y serenidad en mitad de un torbellino de euforia. "No era cuestión de ser blancos o negros. Uno saca de principio a sus mejores jugadores y, en ese equipo, daba la casualidad que éramos todos negros. No había ninguna otra razón. Mis compañeros blancos también tuvieron sus minutos y contribuyeron a la victoria final", dijo uno de ellos. No encontrará mejor manifiesto contra el racismo que estas declaraciones.
Foto oficial del equipo ganador. Es difícil no dejarse llevar por las apariencias y pensar: "no me extraña que los jugadores blancos salieran más bien poquito a la cancha". Ese número 30...
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