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domingo, 26 de octubre de 2008

Cuentos de Hadas que Terminan Regular: Un Americano con Suerte.

"El Americano" era uno de los internos más populares de la residencia. Siempre tenía una sonrisa en los labios y una broma en la mente, y, pese a que ya había cumplido los ochenta, se mantenía razonablemente ágil y activo.

Su apodo no resultaba nada original, pues "El Americano" era natural de Holbrook, Arizona, como atestiguaban sus ojos azul cielo y su simpático pero casi incomprensible acento hablando castellano. Tras una existencia de trotamundos de El Vaticano a La Meca y de un Polo al otro, había aterrizado en España con los setenta ya cumplidos, y aquí decidió esperar tranquilamente que la Parca se lo llevara. No había ninguna prisa, por supuesto.

Lo más curioso de "El Americano" era que, en el frecuente relato de sus viajes, jamás hacía mención a empleo u ocupación alguna. Parecía que, simplemente, llegaba a un sitio, pasaba allí un par de años y luego se marchaba a otro. Era como si tuviera una inagotable fuente de recursos económicos que, por ejemplo, hacía que el primero de cada mes un banco satisficiera religiosamente la cuota de la residencia. Interrogado sobre el tema, "El Americano" decía tener "negocios" y rápidamente cambiaba de conversación.

A Alfredo, diligente celador de la residencia con alma de novelista policíaco, le dio por pensar que "El Americano" era un delincuente retirado. Sin duda a causa del exceso de tiempo libre que da la soltería, decidió una tarde ponerse a curiosear por Internet, a ver si encontraba alguna referencia a su presunto gánster jubilado. Tras oportuna consulta de su ficha en el ordenador, pasó un rato largo navega que te navega en busca de información. Decepcionante: ni robos a bancos ni estafas a aseguradoras. La único que averiguó fue que "El Americano", o alguien con su mismo nombre y apellido, había ejercido la abogacía en el estado de Tennessee en los años 50. Se hacía referencia a él porque había defendido gratuitamente a un condenado a muerte que finalmente fue ejecutado, y cuyas últimas palabras habían sido: "Abogado, es usted un buen tipo. No he podido pagarle en vida, pero tenga por seguro que le pagaré todo lo que le debo, y con intereses". Hasta venía la foto de la cárcel del sujeto. ¡Menuda pinta!

-No sabía que era usted abogado, mister.

-¡De eso hace mucho, Alfred! ¡Tú no habías nacido! Por cierto, ¿me harías un favor? Compra un billetito de Lotería de Navidad y vamos a medias, ¿vale? Quiero que busques un número especial, el 63.997. Me trae suerte. Ah, y no se lo comentes a nadie, no vaya a ser que nos toque y luego vengan todos a pedirnos pasta prestada.

El 63.997 resultó agraciado con el segundo premio de aquel sorteo. No fue un mal pellizco, y permitió a Alfredo liberarse de algunos kilos de la pesada hipoteca de su humilde apartamento. En lo referente a "El Americano", la cantidad le aseguraba cinco años más de estancia en la residencia.

Alfredo cumplió su palabra y nunca le contó a nadie lo de su negocio a medias con "El Americano". La verdad era que le había costado no ponerse a dar gritos de alegría delante de media residencia cuando el niño de San Ildefonso había cantado su número, pero logró contenerse. De inmediato, lanzó una mirada de complicidad exultante a su socio. Sorprendentemente, éste sólo sonrió satisfecho, y, tras elevar la vista al cielo, guiñó un ojo y dijo algo así como: "Thank you again, friend".

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