"Don Perfectísimo" no iba a presentar denuncia -por supuesto, nobleza de santito obliga- y perdonaba plenamente a su agresor. No obstante, la prudencia y la lógica dictaban que dejara de estar a su servicio.
El severísimo batazo había hecho aconsejable que el padre Juliano pasara la noche hospitalizado en observación. Por supuestísimo que Benvole se pasó a verle.
-No sé qué razones te impulsaron a hacer lo que hiciste, y no hace falta que me las reveles. Tan sólo quiero que sepas la pena que me produce pensar que hice algo que te hirió, y te pido perdón por ello.
-¡No te las des de santito, mamón. que bien que me insultaste y buena leche que me metiste, cabrón!
El padre Juliano pronunció estas palabras con enorme satisfacción, irradiando la inmensa felicidad que le producía haberle demostrado al mundo -y, en especial, a sí mismo- que "Don Perfectísimo" era capaz de insultar y agredir como como cualquier hijo de vecino, que ese tipo no era de los que ponen la otra mejilla.
-No me quedó otra opción, padre, hay mucha gente en este mundo que cuenta conmigo y no podía abandonarles. La única manera de aturdirte y poder salvar el pellejo era comportarme como lo hice. Por cierto, que no te he pedido perdón por haberte insultado tan gravemente, y, en especial, por el golpe que te di.
En resumen, que el padre Juliano había intentado matarle por pura envidia y era el otro el que le estaba pidiendo perdón por todo. ¡Hasta en eso era perfecto!
La persecución por el pasillo del hospital había durado una decena de metros, lo que tardaron dos fornidos celadores en reducir al padre Juliano en su intento de golpear al padre Benvole con una cuña metálica.
-¡Cabrón, cabrón, me tienes hasta los cojones de ser tan perfectito!
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