-Hola, señor, ya me imagino por qué me ha citado, y me congratulo de comunicarle que tengo muy buenas noticias.
-Usted no tiene ni idea de la razón de mi llamada, y dudo mucho que tenga buenas noticias.
-¡Pero si voy a aprobar la ley que llevan ustedes años intentando que se salga adelante!
-Exacto, y eso exactamente queremos seguir haciendo durante muchos años: luchar para que sea aprobada.
-¡No entiendo!
-Ya le he dicho yo que usted no tiene ni idea.
-Pero...
-Pero si dejamos de pelear en ese campo, si conseguimos esa victoria, puede que nos empiecen a exigir que hablemos de la gente que muere en las guerras, a menudo tan inocente como un recién nacido, porque muchos lo son, y, como usted comprenderá, hay muy buenos amigos míos que se sentirían muy incómodos si empezáramos a meternos con las guerras.
-Pero...
-Así que, ya sabe, usted ya verá cómo se las apaña, pero esa ley tiene que seguir sin aprobarse.
-Pero...
-¡Deje de ponerme peros, amigo! Y estese tranquilo, de cara a los demás, le criticaremos, y mucho, pero tiene usted nuestro pleno apoyo, siempre y cuando colabore, ¿lo ha entendido?
-Perfectamente.
-Me alegro, y ahora, si me disculpa, tengo asuntos importantes de los que ocuparme.
-Claro.
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