Es inevitable, en todos los pueblos siempre hay un baboso que les suelta a los toreros cuando llegan al hotel:
"¡Ya veréis esta tarde, que los toros que tenemos aquí no han pasado por el barbero"
Hotel por decir algo, que aquello era una pensión, y regalándole el suficiente con una cuatro raspado
-No hagas ni caso, chaval. -intentó tranquilizar Amalio.
"El Pepsi-Cola" se hizo el machito y asintió.
El traje no le quedaba mal. De hecho, de los cien toreros que debían de haberlo lucido, sin duda "El Pepsi-Cola" estaba entre los diez mejores.
-¿Qué hora es? -preguntaba cada cinco minutos como pregunta un reo de muerte.
-Ya queda poco, chaval. Tranquilo.
"El Pepsi-Cola" siguió haciéndose el machito, aunque no sabía por cuanto tiempo más podría seguir con la tragi-comedia. Rezaba oraciones de torero, paseaba inquieto por la habitación y preguntaba constantemente a su padre: "¿Has llamado a mamá? Esta tranquila, ¿verdad?"
Hasta que llegó el momento.
-Bueno, chaval, vamos "pa'llá"
Entonces le asaltaron a miedo armado la angustia, la arcada, la carrera al baño. los ruidos ahogados, el vómito...
-Hijo, ¿quieres que lo dejemos? ¡No te preocupes por el dinero que hemos dado, nos vamos y aquí no ha pasado nada! ¡Y a los paletos que les den morcilla!
A lo que "El Pepsi-Cola" contesto con un lacónico "vamos, que la plaza aguarda", como si nada hubiera pasado.
Afuera le esperaban su cuadrilla y tres o cuatro niños cotillas.
En la puerta de la plaza portátil, conoció a sus compañeros de tarde: Manuel Barcena "Manolín Caracol" y Jose María Pérez Alucén.
-¡Señores, que Dios reparta suerte!
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