Tras mucho tentadero, más miedo y algún que otro antiguo favor que don Amalio -su flamante apoderado- estuvo dispuesto a cobrar para ayudarle, a Miguel Povera "Pepsi-Cola" por fin le salió una novillada sin caballos en lo más oscuro del abismo de las plazas ínfimas de la España profunda.
-Pero una corrida es una corrida, chaval" -le soltó don Amalio.
Miguel asintió con una sonrisa de gran ilusión. El padre también asintió, pero el lo hacía preocupado. Veía a su hijo tan loco por los toros, que se le había contagiado la locura, y hasta se iba a meter en un crédito para que su chaval participara en aquella novillada.
-Bueno, ahora sólo queda que cerremos los flecos.
-Sí, por ejemplo, que el chaval no tiene cuadrilla.
-¡Por eso no te preocupes, José! Eso ya lo tengo yo en mente.
-¿Y de dónde los vas a sacar?
-Pues, a los banderilleros, a uno de una residencia para la tercera edad, a otro de un hospital psiquiátrico y al tercero de la cárcel.
-¡¿Cómo?! ¿Nos tomas el pelo?
-Yo nunca bromeo con los toros.
-¡Pues menos mal que no hay picadores!
-Ahí lleva razón el chaval.
-Ya. En fin, espero que el Jerceña también se rasque el bolsillo con generosidad, que, al fin y al cabo, al final el chaval se va a jugar la vida para promocionar su bebida.
-¡Habrá que hablar con él, habrá que hablar con él!...Bueno, chaval, ahora lo importante es que te concentres en los entrenamientos y nos dejes todo lo demás a tu padre y a mí, que ya nos encargamos nosotros.
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