Es mala idea salir de viaje con un entendido en mecánica.
Se pasará todo el trayecto Madrid-Alicante con la oreja en alerta máxima, esperando la mínima excusa en forma de ruidito para decirte eso de: "Para donde puedas, que no me gusta cómo suena este motor". Uno, a la desesperada, intentará responder: "Me dijo el del taller que no me preocupara, que no era nada", pero no hay escapatoria: "Ese tío dirá lo que quiera, pero si yo no veo ese motor, no me quedo tranquilo".
Hala, ya estás parado en el arcén con el capó levantado.
Lo primero, el otro te echa la bronca: "¡Joder, macho, a ver si cuidamos el motor, que te vas a quedar sin coche".
A renglón seguido, le echa la bronca a la multinacional fabricante: "¡La madre que los trajo, mira que mierda de correas ponen estos!...¡Esta correa yo que tú la cambiaba, eh!"
"¿Tiene que ser ahora mismo?"
"No, cuando se rompa".
Entonces, es el momento del análisis: Manosea un poquito de aquí y de allá, ajusta una tuerca que ya estaba ajustada y dice: "¡A ver, dale ahora cuando yo te diga!"
Mirada seria del nota.
"¡Dale!"
Mirada seria, y asintiendo.
"¡Para!"
Momento de reflexión, seguido de otro ligero ajuste en el motor.
"¡Dale!"
Más asentimiento y más seriedad.
"¡Para!"
"¿Ya sabes de qué es?"
"Casi, dale otra vez".
A los dos segundos.
"¡Para, coño, que te cargas el motor!"
Otro breve ejercicio de manipulación mecánica y nuestro amigo de vuelta al asiento del copiloto, al tiempo que se limpia las manos con un pañuelo de sorprendentes dimensiones y sorprendentemente guarro.
-¿Lo has arreglado?
-¿El qué?
-¡Lo del ruidito!
-Nah, eso no es nada. Dale, que llegamos tarde a la paellla.
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