-Ave María Purísima.
El Padre Cosme estaba acostumbrado a confesiones escasas y poco originales, o sea, los pecadillos de señora de provincias de Doña Soledad. Por eso, aquella inesperada voz masculina le hizo dar un respingo.
-Sin pecado concebida.
-Padre, que soy yo, el Olegario. Ya sabe, el mayor del S'abolla mediano.
-No hace falta que me digas quién eres.
-En fin, usted lo mío..Ya se lo figura, ¿verdad?
Sí, el Padre Cosme ya se lo figuraba.
-Pero lo tuyo no es un pecado que confesar, hijo. De hecho, el amor que sientes por esas muchacha es todo lo contrario del pecado.
-Ya...Pero, ¿qué hago?
-¿Pero no le diste el poema aquel?
-No, se lo mandé por correo.
-¿Anónimo?
-No, del normal, que es más barato.
-¡Que si pusiste el nombre!
-No. ¡Menuda vergüenza!
-Mira hijo, yo creo que lo que tienes que hacer es lanzarte.
-¿Y si me dice que no?
-Pues te aguantas, no serás el primero ni el último al que rechazan.
-Que pensaba que...¿por qué no se lo dice usted?
-¡Porque el enamorado eres tú!
-¡Écheme una mano!
-Bueno, ya veré qué se me ocurre.
Él que se pensaba que una parroquia de pueblo debía ser lo más sencillo del mundo...
-Muchas gracias, padre.
-De nada, chaval.
-¿No me manda rezar nada?
-No, bastante penitencia llevas ya con "lo tuyo".
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