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jueves, 5 de agosto de 2010

Gracia del Río (Un Pueblo con Poco de Ambas): El 600 de Diosdado.

A Emiliano Diosdado, un tal Pablo Ruiz Picasso le había arruinado la vida.

Resulta que Diosdado tenía, posiblemente, el coche más reluciente de toda la provincia: un Seat Seiscientos de lavado casi diario y encerado casi semanal. El orgullo de su propietario y la envidia de todos aquellos capaces de envidiar un coche impoluto.

Hasta que María, la señora esposa de Diosdado, se empeñó en ir a conocer Francia (con los niños, claro está).

El Seiscientos se comportó como un auténtico jabato, devorando kilómetros (despacito, eso sí), pese a ir lastrado con más kilos de los necesarios y razonables. Y, por lógica, hizo su entrada triunfal en París sucio como el sueño de un adolescente salido.

Diosdado, en estado de mística agonía automovilística, estaba loco por aparcar a la familia en el modesto hotel e ir en busca de un taller donde vendar las heridas de su fiel montura.

Fue entonces cuando paró en aquel fatídico semáforo.

Pablo Picasso cruzaba en ese momento y, por esos ramalazos que les dan a los genios, se paró delante del capó, escribió: "¡Lávalo, guarro, que no encoge!", pintó una cara sonriente, firmó y se marchó por la acera de enfrente a la que había venido.

Fin de las vacaciones y comienzo del calvario de Diosdado.

Desde entonces, el Seiscientos duerme en un garaje del que no sale ni para perder aceite. Y, lo que es peor, desde entonces el auto no ha visto una gota de agua.

Diosdado sufre en silencio y derrama lágrimas interiores cada vez que contempla a su amado turismo cubierto de una capa de roña perpetua. A menudo le entra la tentación de mandar tanta mierda a la ídem y devolver al coche a su anterior estado de esplendor, pero entonces se acuerda de su histórica responsabilidad con el patrimonio artístico de la humanidad y se reprime.

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