Yo, ignorante de mí, pensaba que el taxímetro se llamaba así por medir lo que te iban a cobrar por "la carrera" en el taxi. Y resulta que es al revés, que el taxi fue bautizado en honor al taxímetro que lleva en sus entrañas. Si uno se para a pensarlo, el nombre tiene sentido: Taxi-Metro. Medidor de Tasas.
Nos cuentan los historiadores que el invento no tiene nada de nuevo, pues ya en la Antigua Roma (vamos, la de Ben-Hur y compañía), algunos carros tenían un sistema en la rueda que iba liberando una bolitas al rodar el eje. El pasajero pagaba por el número de bolas consumidas.
El "taxistismo" cayó en el olvido hasta el siglo XVII, cuando aparecieron compañías en Inglaterra y Francia. Sin embargo, la era moderna comienza de veras con la invención del taxímetro mecánico en 1891 por parte del alemán Wilhelm Bruhn. A partir de ahí, todo vino rodado (¡chiste más malo, oiga!) En 1899, aparece el taxi de gasolina (con su taxímetro reglamentario) y el proceso evolutivo se cierra cuando norteamericano Harry Allen funda una compañía de Estados Unidos y pinta sus taxis de ese característico amarillo chillón histérico (una vez más, tiene su razón: es el color que mejor se ve desde lejos). Para rematar la jugada, a finales de los años 40 aparecen las primeras radios (y con ello, supongo, la mítica frase "¿alguno más cerca?")
El avance más reciente es, sin duda, la llegada del GPS. Conducir un taxi se volvió mucho más cómodo, pero se perdió ese encanto que tenía la seguridad casi mística con que los taxistas identificaban de modo instantáneo todas las rutas posibles para llegar a una calle.
El salpicadero del taxi medio poco tiene que envidiar a la cabina de un avión. Todo ello, complementado con sus funditas de croché o la cosa esa de bolas para la espalda.
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