La megalomanía es una de las enfermedades mentales más peligrosas, principalmente porque te vuelve un ser peligroso y absurdo.
A menudo pienso que muchos de nuestros artistas, atletas y, en especial, políticos deberían ir acompañados a todas partes de un particular con contrato fijo que les susurrara constantemente al oído eso de "recuerda que eres humano", aunque me temo que más de uno (y de una) le recetaría un guantazo en gragea al pobre muchacho a las primeras de cambio: "¿qué es eso de que soy humano? ¡Yo soy alguien que ha hecho grande a este país!"
Sí, es que la megalomanía se manifiesta a través de la soberbia y la violencia. Vamos, que además de tonto, te vuelves un chulo.
Y, para colmo, el megalómano se ama y se escucha a sí mismo. Hace frecuentes pausas dramáticas al hablar, o suelta chistecitos de gama media que todos sus seguidores y pelotas premian con carcajadas y aplausos.
En definitiva, que el éxito a menudo contagia la gilipollez aguda.
Jean-Bédel Bokassa el día en que se autocoronó Emperador de Centro África. El personaje sería cómico si no fuera tan trágico: por dar sólo una pinceladita de los horrores del nota, en 1979, durante una protesta por el alto coste de los uniformes escolares, más de 100 niños fueros detenidos y asesinados, todo bajo la supervisión personal de este malparido, que el Diablo lo tenga en su Infierno.
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