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domingo, 5 de octubre de 2008

La vida en fascículos.

Las colecciones son así, se compran las tres primeras entregas con mucho interés, y la cuarta ya se nos despista.

Recuerdo mi cada vez más lejanísima infancia: "Con el primer fascículo, de regalo, el segundo y las tapas", decía sobria la voz en off. Eran los tiempos anteriores a Internet y Wikipedia, la época en que los libros eran la principal reserva del conocimiento. El Reinado del Larousse y la Espasa.

Ahora, ¿quién quiere una enciclopedia? Los fascículos se han convertido en mera guarnición de colecciones con un plato fuerte material y, a menudo, insólito: abanicos, muñecas, figuritas militares, rosarios del mundo...

Yo, lo crean o no, completé pacientemente un par de colecciones de aviones. Significaban la ilusión semanal de abrir el fascículo y bucear fascinado entre sus textos, fotos y diagramas explicativos.

Ahora, esas colecciones se empolvan plácidamente en la librería de mi alcoba. Injustamente olvidadas, incapaces de resistir la embestida informativa que supuso Internet.

Pero es que lo bonito de coleccionar no es el fruto, sino, sin lugar a dudas, el proceso.

¿Quién no buscó tacos en una enciclopedia?

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