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domingo, 6 de julio de 2008

Lloviendo y yo viendo llover.

Nunca llueve a gusto de todos: a los que estan bajo techo y convenientemente calefactados, les late la vena romantica y dicen aquello de que les encanta ver como cae la lluvia. El ritmico soniquete contra el tejado, las gotitas que se posan fugazmente sobre el cristal y resbalan. Al que le sorprende la cosa en mitad de la calle, por contra, lo de la lluvia con sus gotitas le toca mucho las narices.

Solo queda buscar improvisado refugio en un bar, y pedirle al camamero un cafe que no planeabas tomar, pero que ahora te apetece. O, si uno es mas miserable, entrar en unos grandes almacenes y mirar las ofertas y las ventanas (a ver si ha parado). No se preocupe, que acabara comprando algo que no le hace falta (la seccion de ofertas es asi). El cafelito le habria salido mas barato. Le esta bien empleado por tacano. Y lo peor es que no para de caer. De perdidos al rio, me cojo un taxi.

Nunca llueve a gusto de todos. La lluvia le gusta a los ociosos pertrechados con fugaz vocacion de poetas, a los propietarios de los bares, a los grandes almacenes, a los taxistas.

Al resto, no nos gusta. Las cosas como son.

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